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Archivos mensuales: junio 2018

Catedral de Santa Reparata, mercado de Cours Saleya, Matisse

30 Sábado Jun 2018

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Catedral de Santa Reparata, Matisse, mercado de Cours Saleya, Niza

Cuenta la leyenda que Reparata era una virgen que vivía en Palestina cuando la región se encontraba bajo dominio romano y Decio era el prefecto encargado de mantener el orden. Los cristianos, cuya religión suscitaba la furia de los gobernantes, sufrían persecución y tortura por sus creencias salvo que abjuraran de su fe ante la autoridad. Reparata tenía doce años, era bella e inteligente y fue conducida ante el prefecto quien, impresionado por su aspecto, procuró convencerla amablemente respecto de la conveniencia de abandonar el cristianismo.

Pero Reparata era tan sólida como terca en sus opiniones y su negativa enfureció a Decio: el tormento fue aplicado en toda su extensión hasta que, harto de la negativa de la joven, el prefecto ordenó que la arrojaran a un horno ardiente. Reparata permaneció indemne entre las llamas cantando loas a su dios y harto ya, Decio ordenó que la decapitaran y abandonaran su cuerpo en una balsa; los ángeles condujeron la embarcación hasta las proximidades de Niza y sus restos se encuentran hoy en el templo principal de la ciudad.

La construcción comenzó en 1650 y se extendió durante casi 50 años; antes de albergar en el año 1690 a la joven mártir patrona de la ciudad fue una iglesia austera dedicada a María, de trazado rectangular. La efigie solemne del edificio domina el centro de la Vieux Nice desde su cúpula de tejas barnizadas, el campanario y la fachada con que fue ornamentada en el siglo XIX.

El estilo barroco se despliega al trasponer las puertas de la catedral en su planta de cruz latina: mármol, estuco y diez capillas interiores, con un notable altar mayor y balaustrada de mármol en los que se destaca una representación de la Gloria de Santa Reparata. La Plaza de Rosseti, donde se encuentra emplazada, alberga una frondosa oferta gastronómica entre la que destaca, tentadora, la heladería Fenocchio  con sus delicias artesanales.

Mercado de Cours Saleya

Paseo exclusivo y elegante para las clases adineradas en principio, luego mercado cuando la expansión de Niza impulsó a los pequeños comerciantes a exponer sus productos en el centro de la ciudad, y finalmente estacionamiento para automóviles hasta que en 1980 algún gobernante tomó conciencia de su emplazamiento y potencial, el mercado más famoso de la Costa Azul se encuentra en Rue des Ponchettes y es uno de los atractivos turísticos más transitados durante todo el año.

La vía principal de Vieux Nice es peatonal y a toda hora está repleta de gente: en Cours Saleya, centro turístico de la ciudad, de martes a domingo en horario diurno se despliega un mercado de flores, frutas y hortalizas que impregnan el aire con el aroma de sus productos frescos. El lunes, las antigüedades se expanden sobre la superficie, en un ciclo que abarca todos los días de la semana.

Nizardos y foráneos se pasean entre sus puestos que constituyen un verdadero festín para los sentidos: las flores alternan con los alimentos caseros, las frutas con las especias y las hortalizas se despliegan al lado del aroma inconfundible de los jabones de Marsella. Y la lavanda, omnipresente en esta zona privilegiada del planeta, puede adquirirse en las clásicas bolsitas para perfumar armarios y asegurar un buen descanso al colocar alguna bajo la almohada.

Los clásicos toldos a rayas que cubren los puestos se encuentran rodeados por bellos edificios antiguos, y el arco que franquea el acceso a la Promenade permite entrever el fulgor azulado del Mediterráneo. A unos pocos metros del inicio de Cours Saleya se puede admirar el soberbio edificio de la Opéra Nice Côte d´Azur, erigido sobre las cenizas del antiguo teatro municipal que fuera destruído por las llamas en 1881: el arquitecto François Aune, artífice de la obra, era discípulo nada menos que del renombrado Gustave Eiffel.

Matisse

El barrio de Cimiez aloja entre sus calles arboladas otra construcción vinculada al arte, ubicada también en una colina cercana al Musée Marc Chagall: Villa des Àrenes, una mansión de estilo genovés próxima al hotel Regina donde residió Henri Matisse sus últimos 16 años de vida y cercana al Monasterio de Cimiez que alberga su tumba, constituye el aristocrático emplazamiento del Musée Matisse.

La colección permanente fue conformada con donaciones del artista y de sus herederos, que legaron a Niza la muestra más vasta de su obra que constituye el patrimonio del museo. El conjunto incluye pinturas, fotografías, dibujos y esculturas de quien escogiera Niza como su lugar en el mundo en el año 1918 hasta su muerte, en 1954, seducido por la luz mediterránea inconfundible que dota a la ciudad de una atmósfera única; el hotel Regina, construído originalmente para la aristocracia inglesa, fue su residencia permanente desde 1938.

En 1952, el artista decidió donar a la ciudad una colección integrada por las obras que más estimaba para conformar una exposición que en principio fue exhibida en el Ayuntamiento, pero a medida que se fue incrementando se decidió su traslado a un sitio más adecuado y la elección recayó en el antiguo palacio arzobispal de Cambrai. En el curso del año 2000 los arquitectos Laurent y Emmanuelle Beaudoin añadieron un edificio de cristal y ladrillo, que adunado a la mansión original rodeada de un magnífico parque constituyen un marco increíble para el legado de Matisse.

Entre las paredes del museo se pueden contemplar desde las primeras pinturas que datan de 1890 hasta los papeles de gouache de los últimos tiempos, las fotografías tomadas por el artista en Tahití, algunos objetos que le pertenecieron y fueron inspiradores para su trabajo y su autorretrato con la paleta de colores en la mano: todo un conjunto de las polifacéticas técnicas empleadas por Matisse expuestas en un entorno soñado tornan imprescindible la visita a este espacio cultural nizardo.

En Niza, Palacio Lascaris, Chagall

27 Miércoles Jun 2018

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Marc Chagall, Niza, Palacio Lascaris

El viento mistral se filtra en el clima mediterráneo de Niza, y según mi querida Adri es el causante de esa luz difusa y dorada que caracteriza a la ciudad. Niza, a pocas horas de tren desde París, es la segunda metrópoli más visitada de Francia, la joya de la Costa Azul que dista sólo 30 kilómetros de Italia y se emplaza entre Mónaco y Cannes, con una costanera trazada por los británicos que dotaron a la Promenade des Anglais de hoteles míticos como el Negresco y residencias que hoy constituyen un majestuoso patrimonio arquitectónico.

La ciudad es una combinación increíble del mar Mediterráneo, cuyo tono azul plomizo refleja la luz del sol y el fulgor de las piedras que componen las playas, con el esplendor de la Belle Époque entre viviendas de tonalidades terrosas y anaranjadas de balcones floridos. En las mínimas calles empedradas hay comercios gastronómicos, elegantes confiterías y tiendas de recuerdos; no falta un mercado de flores ni jardines urbanos en los que el verde de las plantas se destaca, vibrante, ante la multitud de naturales y foráneos que se desplazan sin prisa.

En la plaza Masséna el suelo se asemeja a un damero, los edificios componen una sinfonía entre tonos amarillos y bermellones y cuando la noche comienza a desplegarse se iluminan los siete hombres emplazados sobre columnas: el catalán Jaume Plensa imaginó un diálogo entre los siete continentes en su obra Una conversación en Niza. A pocos metros destaca una impresionante fuente con la escultura de Apolo realizada en mármol blanco, en principio retirada de su emplazamiento debido a sus atributos masculinos por presión de recatadas damas que conformaban la Liga Femenina de la Virtud; finalmente en el año 2011 los nizardos recuperaron la estatua originalmente instalada en 1956.

Los ingleses, amantes de paseos costeros durante sus vacaciones en la Costa Azul, construyeron en 1820 siete kilómetros de avenida a la vera del Mediterráneo: bordeando la Promenade se arriba al Parc de la Colline du Château, erigido en el emplazamiento de la fortaleza que dominaba el poblado entre los siglos XI y XVIII. Allí se pueden rastrear los orígenes de Nikaïa, una de las primeras ciudades fundadas en la actual Riviera francesa por la antigua civilización griega; allí también, desde la Tour Bellanda, el esplendor de Niza se despliega ante los ojos del visitante.

Palacio Lascaris

La ciudad de Niza se encuentra sectorizada en tres partes que se distinguen por la impronta que las caracteriza: Vieux Nice, de acentuado estilo italiano dominada por el casco antiguo y el puerto, el centro cuyo origen se remonta al siglo XIX situado detrás de la Promenade des Anglais y el distinguido barrio de Cimiez, favorito tanto de los romanos como de la reina Victoria.

El casco antiguo, sojuzgado bajo la estructura severa de la catedral, también contiene pequeñas plazas y señoriales palacios construídos por los residentes más conspicuos, entre los que se destaca el Palacio Lascaris, cuya estructura del siglo XVii conserva los techos tapizados de frescos y las incrustaciones de plata en las impresionantes puertas.

El conde Jean-Baptist Lascaris-Vintimille ordenó la construcción de la residencia familiar en 1648, a semejanza de los palacios genoveses de características barrocas: un enorme pórtico de entrada flanqueado por columnas conduce a una escalera imponente decorada con frescos, que a su vez desemboca en salones ricamente ornamentados. El último descendiente de la familia, Gran Maestre de la Soberana Orden de Malta, estableció que a su muerte el edificio debía integrar el patrimonio de la ciudad: constituye Monumento Histórico desde 1946 y se destaca por los tapices flamencos, las piezas de porcelana de los siglos XVII y XVIII y una increíble colección de instrumentos musicales antiguos.

El Palacio Lascaris exige un tiempo considerable para su recorrido, no por su extensión en particular sino porque abruma al principio debido a la profusión de belleza que torna difícil enfocar la mirada: techos altísimos, bustos alojados en nichos ovales, pintura trompe l´oleil en los muros y un mobiliario soñado, bañados por la luz ambarina predominante. Y por si no bastara, el consabido sitio para comprar algún recuerdo que se encuentra en la planta baja no es una tienda común, sino el antiguo edificio de una farmacia construída en el año 1738.

Chagall

La luz particular de la Riviera francesa ha determinado su elección como residencia de varios artistas, que encontraron inspiración en la generosidad que la Naturaleza ha manifestado en esta región. Saint Paul de Vence fue el hogar durante 20 años de Marc Chagall y en Niza se encuentra el Musée Marc Chagall en su honor, emplazado entre las calles distinguidas del barrio de Cimiez.

La oferta cultural es abundante en Niza y hay que elegir entre más de veinte exposiciones y galerías de arte, pero no dudamos en trasladarnos hasta la colina para sumergirnos en la colección que se exhibe en un espacio de una planta similar a una casa diseñado por el arquitecto André Hermant, rodeado por un jardín mediterráneo que también contiene obras de Chagall.

Nacido en Bielorrusia en 1887, de familia judía, su vocación artística lo impulsó a dejar la bucólica vida de su pueblo natal para trasladarse a San Petersburgo y más tarde a París, donde lo sorprendió la Primera Guerra Mundial. Una vez terminada la contienda retornó a la capital francesa, pero la llegada del régimen nazi determinó su huida a .Estados Unidos no sólo por su origen: la impronta de su arte fue severamente cuestionada por el rígido régimen alemán, porque Chagall es uno de los padres del modernismo y sus obras encuadran en estilos como el surrealismo y el cubismo.

El fin de la Segunda Guerra Mundial determinó su traslado al paraíso constituído por la Costa Azul, y allí residió hasta su muerte en 1985. El museo fue inaugurado en 1973 y el artista donó al acervo cultural francés 17 pinturas conocidas como “Mensaje bíblico”, ya que la Biblia fue su gran inspiración pues la consideraba “la mayor fuente de poesía de todos los tiempos”.

El Génesis, el Éxodo y el Cantar de los Cantares impresionan no sólo por los colores y la técnica sino por la expresividad del mensaje que se desprende desde el interior de cada pintura, en las que se destacan las formas ligeras y los ángeles como mensajeros de la palabra de Dios. Y sobre una de las paredes impacta el mosaico del profeta Elías, que asciende a los cielos rodeado por los signos del Zodíaco.

Chagall no fue un artista convencional sino que según sus propias palabras “bebía de todas las fuentes” y este eclecticismo se refleja en su obra, donde los personajes nacidos del pincel se asemejan a imágenes desplegadas por el inconsciente. El museo alberga una parte importante de su producción pero la gran mayoría se encuentra en colecciones privadas: quizás entre estas últimas algún afortunado posee aquella que inspiró una de las más bellas estrofas de Silvio Rodriguez: “…Una mujer con sombrero, como un cuadro del viejo Chagall / corrompiéndose al centro del miedo y yo, que no soy bueno, me puse a llorar / pero entonces lloraba por mí, y ahora lloro por verla morir”.

En Chartres, el templo, el Laberinto

21 Jueves Jun 2018

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Chartres, Laberinto, Nuestra Señora de Chartres

Apenas una hora y algo más en tren separan París de Chartres, la pequeña villa con reminiscencias medievales situada a la vera del río Eure en la que aún es posible observar antiguos lavaderos y secaderos asentados sobre sus orillas. La visita fue rigurosamente prevista en tiempo y forma, por cuanto uno de los objetivos principales era recorrer el Laberinto sito en el interior de la catedral, que permanece descubierto los días viernes a partir de las Pascuas y sólo hasta el mes de septiembre; el resto del tiempo los bancos destinados a los fieles lo disimulan en su totalidad.

En épocas romanas, Chartres era un enclave que superaba en importancia a París; hoy cuenta con 40.000 felices habitantes que deambulan en paz entre sus calles empedradas y la placidez de sus edificaciones antiguas. También es un centro de estudio y conservación de la antigua artesanía del vitral; de hecho, en la antigua Casa de Diezmos se encuentra el museo Centre International du Vitrail donde se puede conocer historia y oficio a lo largo de sus tres plantas.

En Chartres se respira misterio: se dice que mucho antes que los muy cristianos caballeros templarios y su devoción por la Virgen Negra se extendiera por estas tierras, fue enclave de druidas que eligieron el sitio donde se encuentra la catedral como centro de culto de una venerada deidad. Esta impronta se mantiene hoy en día y  la iconografía remite al principio femenino, desde la Virgen hasta las damas que adornan cuadros, lámparas, portavelas y toda clase de recuerdos que se comercializan en sus encantadores comercios.

No todo es esoterismo y religión y a la hora de descansar hay establecimientos tan originales como destacados en gastronomía: Le café serpente está situado frente a la catedral, ofrece una variedad sustancial de platos y delicias dulces y permite contemplar desde la mesa el ritmo sosegado de este encantador enclave francés.

El templo

No es el primer templo construído sobre antiguas ruinas de otras tradiciones, pero la catedral de Chartres cuenta con una historia casi perfecta en tal sentido: no sólo los druidas resultaron sus devotos antepasados, sino que en el siglo III los romanos encontraron una estatua de la Virgen Negra en una gruta, a la que denominaron Gruta del Druida y donde se fueron asentando los sucesivos templos hasta culminar en la catedral.

Y luego llegaron los templarios, la poderosa orden cuya independencia política y económica irredenta determinó el final de sus miembros en la hoguera. Pero cuando arribaron a Chartres se decía que trajeron consigo los secretos que atesoraba el Templo de Salomón, entre ellos, las proporciones matemáticas perfectas regidas por la ley del número áureo. Este número es el que fue empleado en la construcción de la catedral Nuestra Señora de Chartres y rige armónicamente todas sus proporciones.

El interior, por si fuera poco, se encuentra bañado por el azul intenso que predomina en los vitrales, que ha dado lugar a la denominación “azul de Chartres”, y el velo que Carlos el Calvo trasladó a fines del siglo IX para donar al tesoro habría pertenecido a la mismísima Virgen María. Si bien el fuego se ensañó vorazmente con el santuario en cuatro ocasiones, la última vez en 1194, fue reconstruído otras tantas veces tanto por su carácter de lugar de peregrinación como por el dinero proveniente de donaciones primero y de las arcas templarias después.

La catedral se encuentra iluminada por 176 vitrales y los rosetones resultan de una belleza tal que cuesta dejar de posar la mirada en ellos, ya que proyectan y difuminan el fabuloso tono azul que la caracteriza y que parece flotar sobre el diseño gótico interior. Antes de dirigirnos al laberinto, inmersa en esa extraordinaria luz y frente a la mirada de Notre-Dame de la Belle Verrière encendí un cirio a la memoria de mi papá, mi querida presencia ausente.

El Laberinto

Los druidas establecieron el centro de culto a la Diosa Madre de la mitología celta en la colina donde hoy se emplaza la iglesia. Cuando el cristianismo se extendió merced a la oportuna conversión de Constantino en tierras romanas occidentales, el sincretismo identificó a la antigua deidad con la Virgen María, que fue proclamada patrona de Chartres.

En las sucesivas construcciones y destrucciones del templo, una figura cubierta de antiguas piedras fue trazada en el centro de la nave central. Este Laberinto, cuyo profundo significado me impulsa a utilizar la mayúscula al mencionarlo, está situado en el sitio de la antigua gruta tal como se acostumbraba a emplazar antiguamente estas singulares espirales, y su recorrido conduce hacia el centro que se asemeja a una flor con seis pétalos.

Chartres ha sido el faro de una ruta de peregrinación que recorrían los fieles durante la Edad Media para manifestar su veneración a la Virgen: en el templo abundan las rosas que se asocian a María, enormes y luminosas, y uno de estos inmensos rosetones preside el centro del Laberinto. El diagrama se asemeja a un mandala cuyo recorrido constituye una breve etapa de instrospección y la mente se detiene mientras un paso tras otro van acortando la distancia que conduce, bajo la protección de una ancestral energía femenina, al núcleo espiritual de cada uno.

Île de la Cité, Île Saint-Louis, Île-de-France

19 Martes Jun 2018

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Île de la Cité, Île Saint-Louis, Île-de-France, Notre Dame, París, Versalles

La isla es mínima pero se yergue, imponente, sobre el Sena. Originalmente era un banco de arena que permitía a los parisii cruzar el río a la manera de un puente: allí el pueblo celta construyó en el siglo III a.C. un pequeño poblado rodeado de murallas, que hoy constituye el corazón de París.

Lutetia Parisiorum tuvo un considerable crecimiento durante el período romano hasta que fue destruída por los bárbaros en el siglo III,  pero sus habitantes eran esforzados y tercos y doscientos años más tarde la isla se encontraba nuevamente fortificada. El curso del siglo VI determinó su destino como residencia de los reyes francos durante ocho centurias, y al entramado de poder político se añadió el aura de señorío eclesiástico al finalizar la construcción de la Catedral de Notre Dame en el año 1345.

La visita resulta obligada aún cuando no sea la primera vez que la fachada espléndida del templo se encuentra ante nuestra mirada, porque más allá de la potencia femenina en cuyo honor se erigió fue el edificio religioso más grande de Occidente hasta la construcción de la catedral de Amiens. Desde el punto de vista artístico resulta un tesoro declarado Patrimonio de la Humanidad y, desde la imaginación desbordante de Víctor Hugo, un símbolo del amor incondicional del desdichado Quasimodo hacia la hermosa Esmeralda.

Hay que armarse de paciencia para transitar la larga fila de turistas que se agrupan en todos los horarios a fin de lograr el cometido de pisar su planta, que quita el aliento desde sus diez metros de altura y remata en un magnífico techo abovedado sostenido por arcos; el pórtico representa el Juicio Final y las gárgolas vigilan, sin descanso, la superficie de la ciudad. Nosotros ingresamos cuando comenzaba la misa y la voz del sacerdote se elevaba junto con el humo del incienso: un indescriptible recuerdo del santuario percibido con todos los sentidos.

Île Saint-Louis

Resulta difícil imaginar que hasta el siglo XVII esta mínima ínsula estaba destinada exclusivamente al pastoreo y al almacenaje de madera. La nobleza francesa descubrió la placidez de sus zonas arboladas y las residencias comenzaron a poblar la superficie dotándola de la impronta que la caracteriza hoy en día: distinguidas construcciones con amplios patios rodeadas de puertas de hierro forjado.

Sólo hay que cruzar el Pont St-Louis para acceder a la superficie de la isla y recorrer sus calles donde se pueden encontrar pequeñas tiendas y reductos gastronómicos menos concurridos. Si en algún momento impera la necesidad de encontrar algo de tranquilidad en medio del alboroto que caracteriza a la capital francesa, cruzar el puente desde la Catedral de Notre Dame constituye una buena opción.

El helado más famoso de París sólo se puede conseguir en la isla: Berthillon continúa elaborando exquisiteces con la misma calidad artesanal de sus comienzos. Sorbetes y cremas heladas cuya elaboración constituye casi un secreto de Estado, exclusivamente en base a elementos naturales, sin emplear conservantes ni químicos y con una variedad de gustos que le han valido un lugar entre las mejores heladerías del mundo. Casi una cita obligada al retornar a París.

La fotografía pertenece a la página web de Berthillon.

Île-de-France

No se trata de una isla en sentido estricto, sino de una zona delimitada por ríos en la que Hugo Capeto reinó, soberano, desde el año 987. Cuenta entre sus edificios con la primera catedral francesa, construída en St-Denis, con la célebre fábrica de porcelana francesa en Sèvres que se remonta al siglo XVIII y con el más grandioso de los palacios: Versalles. Si se requiere naturaleza en lugar de fastos palaciegos, se puede soñar con ser artista entre los colores del bosque de Fontainebleau.

Resulta fácil dejar volar la imaginación al ingresar a Versalles y aproximarse a la opulencia de aquellos eventos cortesanos pletóricos de personas que disfrutaban despreocupadamente de la vida, mientras la realidad del pueblo llano gestaba, alimentada por el hambre, la idea de la revolución. Diecisiete kilómetros separan Versalles de París, donde fueron trasladados los primorosos muebles para la venta mientras las obras de arte se despacharon hacia el Louvre, en los días que siguieron a la furia revolucionaria.

Pero entre 1682, cuando Luis XIV desplazó el centro político de Francia al finalizar la construcción, y 1789, Versalles fue la residencia real construída alrededor del pabellón de caza de Luis XIII en torno a un amplio patio en el que convergen las diversas alas de los edificios, donde cada sala oficial fue dedicada a una deidad olímpica. La Galería de los Espejos, construída en 1678, fue concebida por Luis XIV como un tributo a sí mismo y a su poder absoluto.

Versalles merece un recorrido a conciencia de sus jardines en los que se destacan por su grandiosidad la Fuente de la Pirámide y la Fuente de Apolo: las referencias externas e internas al dios del sol y la luz dan cuenta de la identificación de los reyes franceses con la poderosa y temida divinidad. La Avenida del Agua conduce al Estanque de Neptuno, una descomunal construcción rodeada por 22 fuentes cuyas tazas de mármol se encuentran sostenidas por sendas estatuas de niños.

Cuando Luis XIV se cansaba de la vida cortesana, tenía la posibilidad de contar con un espacio de retiro de estilo italiano donde recluirse: el Grand Trianon. Luis XV construyó el Petit Trianon para Madame de Barry, su amante; Luis XVI obsequió esta hermosa creación de estilo neoclásico a María Antonieta, que adicionó espacios externos para disfrutar junto a sus damas de una idílica vida pastoril.

Saqueado y vaciado luego de la revolución, transitó diversos destinos, entre los cuales el más significativo fue la firma del Tratado que lleva su nombre y puso fin a la Primera Guerra Mundial. Actualmente, si bien recibe en algunas ocasiones dignatarios extranjeros, constituye un monumento histórico que resume la historia viva de Francia durante los últimos 500 años.

En París, la orilla derecha, la orilla izquierda

09 Sábado Jun 2018

Posted by bellaespiritu in Tierras lejanas

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hotel Henri IV, París, Rive Droite, Rive Gauche

El tren que abordamos en Ámsterdam atravesó Bélgica y luego se deslizó, raudo, hacia tierras francas. El viaje fue entretenido y sereno, en un vagón variopinto matizado con tintes idiomáticos similares a la torre de Babel por su diversidad. Finalmente la estructura de la Gare du Nord apareció en el horizonte: el traslado había concluído, por lo menos con respecto a ese tramo.

Abordamos un taxi luego de ejercitar la virtud de la paciencia en una fila bastante larga, que nos depositó en poco tiempo a las puertas del hotel Henri IV, en pleno Barrio Latino. La ciudad latía con su ritmo propio, esa cadencia trepidante y distinguida que otorga a París un toque único y la sitúa entre las favoritas de los visitantes en el mundo, año tras año. Las terrazas de los bares se poblaron poco a poco de comensales, en principio para tomar las bebidas espirituosas propias de media tarde y luego para cenar, temprano para nuestras argentinas costumbres, a partir de las horas vísperas según los términos de la liturgia medieval.

Sin embargo, esta vez no sentía esa alegre ansiedad por sumergirme en los encantos de la capital europea; sólo tenía en mente visitar el Museo de Cluny para ver la colección de arte medieval que había encandilado hace años atrás a mi querida Adri, y abordar un tren para visitar Chartres a fin de saldar una deuda kármica al recorrer su laberinto. El resto del tiempo, le dije a Juan, te sigo hacia los destinos que elijas recorrer; sin embargo, el museo se encontraba cerrado hasta junio así que he de retornar a esta ciudad en algún momento una vez más, si las diosas quieren, para contemplar con mis propios ojos artesanales tapices de damas y unicornios.

París conjuga en sí misma los sueños de aristócratas y emperadores, artistas y bohemios, burgueses y revolucionarios que la dotaron de calles medievales e iglesias, de palacios soberbios, de monumentos dedicados a la más representativa de las revoluciones y de elegantes paseos arbolados donde se concentran la moda y la belleza junto a una ingente cantidad de establecimientos gastronómicos. París palpita tanto en sus calles y en sus transeúntes como en las descomunales colecciones de arte que se despliegan en sus museos, en las obras de los artistas que exponen en las orillas del Sena y en las líneas inconfundibles de la Torre Eiffel. Apasionante y agotadora, la antigua Lutecia nos brinda además una ilusoria promesa de eternidad: siempre tendremos París.

La orilla derecha

Quien arribe por primera vez a la capital francesa puede obtener una vista panorámica surcando el Sena a bordo de uno de los famosos Bateaux Mouche. Fluctuat nec mergitur reza el viejo lema de épocas romanas que integra el escudo de la ciudad y significa algo así como “tocada pero no hundida”. El Sena atraviesa París y constituye un recorrido casi obligado, porque exhibe ante los ojos del visitante la historia viva de la metrópoli integrada por las dos orillas.

La Rive Droite encarna la elegancia y sofisticación amalgamada con el arte que se emplaza en el museo del Louvre. Los edificios más emblemáticos se encuentran en la margen derecha del río; describir todas las posibilidades que ofrece esta parte de la ciudad resulta una ardua tarea, pero si el visitante comienza por la Ópera Garnier que data de 1875 puede improvisar una ruta a pie que ha de llevarlo, casi sin querer, por los monumentos más representativos de la distinción parisina.

La Rue St. Honoré desemboca en una bifurcación a la derecha en la Place de la Madeleine, presidida por las columnas corintias del templo, desde las que se obtiene un panorama impresionante de la Place de la Concorde, donde las ejecuciones se encontraban a la orden del día durante los tenebrosos años del Terror. El obelisco emplazado en la superficie de la plaza resulta gentileza de los egipcios, a quienes los franceses obsequiaron a cambio un reloj que tuvimos la oportunidad de observar en la ciudadela de Saladino, en El Cairo, que curiosamente jamás funcionó.

Al pie de la Concorde se encuentra la avenida Champs-Elysées, y en sentido inverso dos kilómetros separan al visitante del Arco de Triunfo, erigido para perpetuar la gloria del ejército francés al mando de Napoleón, en cuya base se encuentra la Tumba del Soldado Desconocido que desde 1921 recuerda a los combatientes franceses durante la Primera Guerra Mundial mediante una llama siempre encendida. Tal vez sea un buen momento para sentarse a tomar un café y reponer fuerzas en alguna de las terrazas, antes de continuar paseando entre los árboles frondosos y las tiendas de lujo que integran el paisaje de este inagotable paseo.

La orilla izquierda

Así como el Arco de Triunfo preside la margen derecha del Sena, la orilla izquierda cuenta con la torre más famosa del mundo desde el año 1889, gracias a la pericia de Alexandre Gustave Eiffel. Si el ánimo y el clima acompañan, el paseo desde Campo de Marte hasta la emblemática Catedral de Notre Dame atraviesa el alma bohemia de París, característica de la orilla izquierda.

Al arribar al Sena quizás haya que detenerse a obtener una fotografía ante la vista panorámica del Louvre que se despliega, casi sin querer, en todo su esplendor. Saint-Germain-des-Prés no es sólo un barrio presidido por la iglesia abacial más antigua de París: cuna de escritores, filósofos y artistas que dotaron a la orilla izquierda del aura intelectual que aún perdura, alberga entre sus calles los dos cafés más emblemáticos de la ciudad: Les Deux Magots y el Café de Flore, para sentarse a descansar e imaginar las vibrantes discusiones existenciales que tuvieron lugar entre sus mesas.

Los Jardines de Luxemburgo, en mi opinión, constituyen el paseo público más bello de París en cualquier momento del año, y aún con las contingencias climáticas que depara esta ciudad. María de Médici los diseñó a imagen y semejanza de su añorada patria, y la impronta italiana de la reina consorte resulta visible aún en la actualidad. Poco a poco el visitante se aproxima a las calles pobladas de turistas y estudiantes del Barrio Latino, hasta que al atravesar la Fontaine Saint-Michel la impronta bohemia se despliega en todo su esplendor.

El Panteón, el edificio inconfundible de La Sorbonne, la estampa medieval del Museo de Cluny, son sólo algunos de los hitos que ofrece este distrito, pleno de ofertas gastronómicas y artísticas: vale la pena detenerse a admirar alguna de las obras de los pintores callejeros que despliegan su arte a orillas del río. Y así las horas fueron pasando y estábamos nuevamente casi a las puertas del hotel, pero aún no era tiempo de retornar: la iglesia de Saint-Julien-le Pauvre, próxima al Quai de Montebello que conduce a Notre-Dame, fue la última pequeña maravilla que admiramos antes de la cena.

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